24 marzo, 2009

el madero

Te miro a los ojos, y entre tanto llanto,
parece mentira que te hayan clavado.
Que seas el pequeño al que yo he acunado,
el que se dormía tan pronto en mis brazos,
que siempre reía, al mirar el cielo,
y cuando rezaba se ponía serio.




Sobre este madero, veo al pequeño
que entre los doctores hablaba en el templo.
Cuando pregunté, respondió con calma
que de los asuntos de Dios se encargaba.
Fue ese mismo niño, el que está en la cruz,
el Dios de los hombres, se llama Jesús.

Ese mismo hombre, ya no era niño
y en aquella boda, le pedí más vino.
Que dio de comer a un millar de gente,
y a pobres y enfermos los miró de frente.
Rió con aquellos a quienes más quiso
y lloró en silencio al morir su amigo.

Ya cae la tarde, se nublan los cielos,
Señor, volverás a tu Padre eterno.
Duérmete pequeño, duérmete mi niño,
yo ya te he entregado todo mi cariño,
como en Nazareth, aquella mañana,
he aquí tu sierva, he aquí tu esclava